"En el principio existía la Palabra, la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios, todo se hizo por ella y sin ella nada se hizo"Jn 1,1-3b

lunes, 9 de septiembre de 2013

Apocalíptica (II)


Ya hemos dicho la semana anterior que la Revelación es el fundamento de la fe cristiana, a ella llegan la Tradición y la Sagrada Escritura las cuales «se unen en un mismo caudal y llegan a un mismo fin» [1]. Por Dios que se ha revelado completamente en Cristo es que podemos ir conociendo y conociéndole. La apocalíptica no se aparta, se ha dicho también, de esa imperiosa necesidad de revelar a Dios, pero nunca puede hacerlo más allá de lo que Cristo mismo ha hecho, por ello nos resulta inconcebible una lectura apocalíptica que supere lo revelado en el Evangelio.

Por otro lado decíamos, está el contexto histórico en el que, el o los autores de los libros apocalípticos están actuando; la apocalíptica es una respuesta “literaria” pero sobre todo de fe a una realidad socio-política muy profunda que tiene implicaciones en la vida de fe o en la fe del pueblo, por ello una lectura apocalíptica no considerando la realidad histórica que rodea el libro es una lateralización atrevida que pondrá al texto a decir lo que no dice.

Apocalíptica y Profecía ¿es lo mismo?

No existe un consenso con respecto a los orígenes de la apocalíptica, lo que ha hecho que en ocasiones se le ligue a la profecía, casi como un género que le da continuidad a este; sin embargo y lo anterior entre ellas no existe una relación [2]. Expliquemos.

Lo primero que hay que decir es que un profeta no es un “adivinador del futuro”, esa idea de que el profeta adivina el futuro es todo menos cristiana, el profeta era un hombre cuyo mensaje implicaba la esperanza, la fuerza de un mundo diferente que podía llegar por la acción de Yahvé, pero nunca un “vaticinio” de lo que iba a pasar. De hecho la misma palabra lo explica, en hebreo nb´(nabi) en forma pasiva significa: el llamado, el convocado, por Dios a un misión; en el caso del griego  pro-phetes (que es donde nos vienen la palaba “profeta” en español) significa: ser portador de la voz de, hablar en voz alta, hablar ante alguien; en griego para hablar de alguien que pre-dice las cosas usan la palabra proagureuo. Por ello un profeta refiere a diferentes funciones «Un nabí manifiesta elementos de éxtasis, mientras otro se presenta como mediador de la palabra; uno predica, otro entona un himno o promulga, uno consulta a Dios, otro es taumaturgo, otro es claramente intercesor entre Dios y el pueblo…» [3]. De nuevo el profeta no es un adivinador, es un elegido de Dios que hace presente a Este en todo momento de la historia, y lee los acontecimientos en clave de esperanza y así lanza su mensaje, en representación de Dios.

De la misma manera debemos decir que la apocalíptica no busca la adivinación sino promover un mensaje de cambio, de esperanza para una o algunas situaciones específicas; la diferencia fundamental habría que marcarla con Asurmendi, en que la apocalíptica se basa en el “determinismo”; ya Dios tiene todo preparado sin importar que hagamos, mientras que la profecía se aleja de este determinismo para dar paso a la acción de Dios en la historia, pero no porque todo este escrito sino porque Dios va actuando a la luz de los hechos, quizás la historia de Jonás sea el mejor ejemplo de esto, el mismo Asurmendi plantea citando a Von Rad «La decisión y la acción de Dios es algo que está siempre pendiente y el profeta está a la expectativa de nuevas decisiones de Dios» [4]. El apocalíptico no, el ya da por sentado lo que va a suceder porque ya todo está “determinado”.

Por esta diferencia entre géneros, es que la apocalíptica debe ser leída con tanto cuidado, para no equivocar el mensaje, el determinismo de este siglo es muy diferente al de aquellos años, sus connotaciones cambian radicalmente, por eso una lectura de la apocalíptica bajo criterios deterministas de hoy, una vez más sería un error.

La riqueza teológica

La Apocalíptica es una libro cuasi-teológico en su totalidad, quizás se exceptúa las connotaciones históricas que puntualmente aparezcan. Esto quiere decir que toda la apocalíptica es una relectura religiosa de los acontecimientos que se dan. La apocalíptica además del determinismo mencionado, se ha de caracterizar por un deseo de dejar clara la trascendencia del hombre creyente, fija su esperanza no solo en un cambio en la tierra cuanto en la presencia de Dios que responde al justo. Por otro lado la apocalíptica se jacta de un dualismo constante que se expresa entre la lucha del “bien y el mal” es su constante y su fin es mostrar el triunfo del primero. Entre muchas otras características rescataríamos finalmente el uso del simbolismo para representar realidades tangibles o intangibles que ayudan a dar sentido a la redacción.

Ya no nos da espacio para más, la otra semana hablaremos del libro de Daniel. Por ello quisiera motivar a que si, se desea leer un libro apocalíptico, se haga con libertad de espíritu pero en la recta conciencia de la fe; para ello es importante ayudarse con quien se pueda y sepa y así asegurar una lectura correcta. No es difícil, pero si es prudente ayudarse.

De este mes de la Biblia, un par de semanas para aportar algunas ideas breves sobre la Apocalíptica, y sacar de las sábanas, un tema que en ocasiones pareciera tenemos muy dormido, con la inmediata perdida de toda su riqueza.

Paz y Bien

JAVC.

[1] Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, No.9.

[2] Algunos como Gerald Von Rad, dudan radicalmente de esta relación “Profecía - Apocalíptica”. Véase del autor “Sabiduría en Israel”, ed. Herder. Madrid. 1985.

[3]De LACY, Abrego, “Los libros proféticos”, ed. Verbo Divino. Navarra. 1999.p.27.

[4] ASURMENDI, J.M, “La apocalíptica”, en Historia, Narrativa y Apocalíptica. Ed. Verbo Divino. Navarra, 2000. p.530.

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