"En el principio existía la Palabra, la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios, todo se hizo por ella y sin ella nada se hizo"Jn 1,1-3b

lunes, 30 de septiembre de 2013

La reconstrucción de la Iglesia, reflexión a partir del pobre de Asis.


La primer semana de octubre, al menos desde que inicié esto de escribir allá por el 2006, hago un alto y le dedico algunas palabras a la figura de santidad que desde hace tantos años me acompaña, Sn. Francisco de Asís, que este próximo 04 de octubre celebra su fiesta y fiesta de todos quienes sentimos afinidad por la figura del fraile. Sin embargo la semana, por esas “casualidades” de la vida celebra también a otras dos figuras de quienes admiré y admiro mucho de su vida, Santa Teresita del Niño Jesus (Lisieux) 01 de octubre, la santa del Amor y a San Bruno, 06 de octubre, el aseta que cambió la forma de comprender el silencio y fundador de los cartujos. Así que una semana llena de una carga espiritual muy diversa.

La vida de Francisco de Asís, se ha encargado el tiempo de llenarla de una serie de “alegorías” a través de las cuales se ha cargado de un sentimentalismo más allá de lo que quizás sea necesario, habrá que leer algunas biografías (comerciales) y otras por internet para darse cuenta de esto; pero no es hasta encontrarse con estudios más elaborados y menos “externos” que salen a la luz los pasajes más humanos de este santo, que supo encontrar en Dios su realización.

Este año, el franciscanismo encuentra en la figura del Obispo de Roma, Francisco, un nuevo oasis en el cual refrescarse, no solo por su figura “jerárquica”, sea esto quizás lo menos, sino más bien por su carisma, pero ante todo por ese anhelo interno de una “Iglesia pobre para los pobres”, que se cruza en perfección con el ideal de pobreza de Francisco de Asís.

Mal comprendida está la pobreza de Francisco, poco espacio acá para reflexionar en ello, en todo caso habrá de decirse que no era ser pobre por serlo sino en la primera necesidad de compartir con los que menos tenían y encontrar así en Cristo “Mi Dios y mi Todo”, de modo que si fuese necesario compartirlo todo, así se haría.

Mal entendida, también el ideal de pobreza del nuevo Papa, para algunos una renuncia exagerada a lo material para otros un absurdo, entre otros epítetos que se le han dado; pero en el fondo no es más como con Francisco de Asís un llamado a una Iglesia que comparte, que se despoja de sí por quien no tiene, aunque eso implique darlo todo y como Iglesia decir “En Dios está mi todo” y más allá con Cristo mismo “Todo esta consumado”.

Entre los momentos claves de Francisco de Asís debe resguardarse aquel momento en donde en sueños este escucha la voz que le dice “Reconstruye mi Iglesia”, no puede comprenderse la pobreza y la admiración de Francisco por todo, si antes no se tiene clara la misión; reconstruir la Iglesia y la pobreza en Francisco de Asís eran dos estados que no podían separarse, iban juntos, no era posible una reconstrucción sin pobreza como tampoco era posible una pobreza que no pretendiera una reconstrucción, un cambio.

Y así lo hizo, el fraile de Asís, al tiempo que reconstruía (aunque al inicio creyó que era una cuestión física, reconstruir un templo, el de San Damián) la Iglesia fue comprendiendo mejor la pobreza, pero su pobreza solo fue tomando sentido en la medida en que su carisma fue impregnando la Iglesia, al punto que el mismo Papa Inocencio III, reconocerá con el tiempo la monumental misión que a la luz del Evangelio Francisco de Asís estaba emprendiendo.

No me cabe la más mínima duda de que el actual Papa Francisco, está dando los primeros trazos de un lienzo nuevo, que ha de tomar años de años, un lienzo que quizás usted y yo no veremos acabado, pero que si tenemos la responsabilidad de “pintar” también.

Este nuevo lienzo, asoma en el alba de una nueva eclesiología como una misión de “reconstrucción” que ha de iniciarse, quizás propuesta desde el mismo Concilio Vaticano II, pero que aún no ha brotado en la fuerza y alcance que requiere. Todo parece indicar que así como San Francisco, el Papa Francisco ha comprendido que esa reconstrucción solo puede iniciar en la pobreza y sus hermanas humildad y servicio.

No puede haber “reconstrucción” si todos, sin importar cleros o laicos (aunque la división me parece en todo innecesaria) asumimos con seriedad ese ideal de pobreza, humildad y servicio; ya Benedicto XVI les mandaba un mensaje a los cardenales al decirles “el poder en la Iglesia es esencialmente servicio”, era como una anticipación de lo que a la elección del Papa Francisco se vendría y lo radical que el cambio es. Quisiera poder pensar que es algo que pasará pronto, pero reconociendo lo que tenemos, es claro que no será así y que como lo dije, este es solo el inicio de un nuevo día para la Iglesia.

Pero, como aquellos humildes frailes que atendieron el ideal de San Francisco y que fueron poniendo piedritas para aquella reconstrucción en medio de su pobreza, su humildad y su ideal de servir, quizás usted y yo también podamos ser simples cristianos que nos unamos a ese deseo de “una Iglesia pobre para los pobres” que el Papa nos ha transmitido. Aquellas estructuras clericales y laicales (sin entrar en el juicio de su necesidad o no) ostentosas y concentradoras de poder, fustigan el mensaje del evangelio que parece optar por una igualdad sin límites, sin clases, sin distinciones.

Por ello en esta semana en que el ideal de Pobreza, Humildad y Servicio de San Francisco de Asís se celebra con especial atención, no se vale callarse, hacer oídos sordos a un Espíritu Santo que guiando a la Iglesia marca la cancha, cierto es que todos hemos de renunciar a cosas que nos hacen sentirnos cómodos en ella, pero la pobreza y la reconstrucción tienen implícita la renuncia, en todos quienes bautizados hemos sido sumergidos y nacidos en la vida de la Iglesia.

La reconstrucción de la Iglesia que se le encomendó a San Francisco no era una misión en solitario, como tampoco la es hoy; en usted y en mí recae también esa responsabilidad, cada quien en su vida y en su acción pastoral, lo que es cierto es que no se valdría no hacer nada.

Guiados por el ejemplo de vida de San Francisco de Asís, podamos todos y todas comprender nuestra parte en este nuevo espacio temporal que se abre en la Iglesia y que a pesar de las dificultades, internas sobre todo, que el Papa Francisco y nosotros mismos podremos encontrar, podamos hacer las pequeñas cosas de las que Dios haga otras más grandes.

 
“Yo necesito pocas cosas y las pocas que necesito las necesito poco”

San Francisco de Asís

04 de Octubre
Paz y Bien!!!
JAVC

lunes, 23 de septiembre de 2013

Apocalíptica IV

El libro del Apocalipsis

Como ya lo hemos leído las semanas anteriores, la apocalíptica gira en torno a dos temas generales: La Revelación, es decir la forma en la que Dios se va auto manifestando a lo largo de la historia y que tiene su máxima expresión en Cristo y por otro lado, la historia misma a la que el género apocalíptico está haciendo referencia.

En el caso del libro del Apocalipsis, la revelación es aún más cercana al acontecimiento de Cristo, pues es un libro cristiano, por tanto tal como se ha dicho incansablemente, el libro del Apocalipsis no puede decir nada más allá de lo que Cristo mismo haya revelado, porque entonces estaríamos en una contradicción. Por otro lado hay que decir con seguridad y simpleza a la vez que, el libro del Apocalipsis no narra (en historia estricta) otra cosa más que la esperanza del pueblo de ser liberados de la opresión del Imperio Romano.

Roma, su imperio, es sobre quien va a girar el acontecimiento de libertad que proclama el Apocalipsis para la Iglesia, la lucha entre el Bien (Cristo y su Iglesia, los mártires, entendidos como testigos de Cristo y la Iglesia Celestial) y el mal (Roma) desencadenan una serie de “luchas” espirituales en donde ciertamente parece imposible vencer a “La Bestia “ (Roma), pero, siempre hay un resto (144.000) que han de lograrlo, hasta que llegue la segunda manifestación de Cristo (mal llamada fin del mundo). Nótese entonces que en este párrafo he utilizado dos símbolos para representar en uno a Roma y en otro a los que se han de salvar, y eso es lo bello y complicado de este libro, la simbología, que a los más creativos les ha permitido hacer de esta palabra Apocalipsis sinónimo de fin, cuando lo que en realidad significa es “Revelación” y a los cristianos (Católicos y otros) justificar un determinismo exagerado, casi dejando al hombre sin posibilidad de decidir sobre su vida o de asumir la realidad como propia y no impuesta por Dios.

Indiscutiblemente el libro tiene como eje central la “Salvación” del pueblo, pero no es una salvación ajena a la recibida en y por Cristo, es la misma solo que aplicada a una situación de persecución y de ideologías falsas que trataban de hacer que los cristianos renegaran de su fe en Cristo. El Apocalipsis es un libro que alimenta la esperanza de aquella comunidad cristiana naciente, que necesitaba fortalecer su fe. Para ello el autor (desconocido de paso, por pseudonimia se le atribuye a Juan el apóstol) habrá de presentar como la Salvación recibida por Cristo requiere de la perseverancia, de la lucha en medio de las adversidades para luego poder estar presentes junto a Él (con el vestido blanco, se dirá en el libro).

En el Imperio romano, los cristianos no solo han encontrado sus mayores perseguidores, sino además el máximo ejemplo de lo que estos no debían hacer, sobre todo “idolatría”, y por ello el Apocalipsis estará cargado de una serie de imágenes que llaman la atención sobre este tema y lucha contra esto.

Por su fecha de composición (90 al 100 d.C), el Apocalipsis está escribiéndose en una época muy convulsa para Roma por lo que el carácter naciente y expansionista del cristianismo, es un peligro inminente. Nótese que el autor escribe a siete iglesias (simbología) de Asia, ya estamos lejos de la Jerusalén que vio nacer el movimiento original.

Un poco la experiencia pastoral me ha demostrado que un sano estudio de este libro requiere de entre 4 a 6 meses, por lo que ni siquiera intentaría decir algo al respecto por acá, más que simples apreciaciones muy personales entre las cuales quisiera expresar:

 
Å      A la fecha no he logrado encontrar el vaticinio de una sola catástrofe, sigo a la espera de alguien que en la correcta teología del libro pueda mostrarme el tema.

Å      Cada vez que tomo alguna parte del libro, no puedo dejar de ver como se apega a la doctrina del Evangelio y por ello me asusta el manejo irresponsable de tantos cristianos que sin darse cuenta (digo yo) atentan contra el dato Revelado.

Å      No logro entender las justificaciones de “Fin del Mundo” que se hacen a partir de la lectura del Apocalipsis, aunque igual estoy abierto a escuchar posturas y justificaciones coherentes.

Å      No soy de cine, pero creo que no es necesario para poder decir que no veo relación entre lo que el Apocalipsis dice y lo que algunas películas muestran; salvo que debo reconocer que hacen una lectura “literal” (salvo redundancia, si existe) muy buena, que si también se hiciera de otras partes de la Escritura, quizás (más seguro, diría yo) estaríamos en un mundo diferente.

Ha corrido la voz de que el Apocalipsis es una “Eucaristía”; creo que vale la apreciación. El apocalipsis no es una “Eucaristía” en su esencia, es decir el autor no escribió pensando en ella porque entonces adivinó; la estructura eucarística de hoy no es la misma de aquellas épocas, ciertamente dentro del libro hay “liturgias” que no es lo mismo que “Eucaristía”; que recientemente algunos autores, hayan querido realizar una hermenéutica en donde ajustan el texto al modelo “Eucarístico” es otra cosa, pero decir que originalmente el libro fue pensado así, está fuera de cualquier posibilidad.

En fin, el libro se las trae, y es responsable antes de una lectura parcializada, comprender lo que está sucediendo y lo que se está significando; no se vale, en este libro más que en ningún otro, la ignorancia por decisión, es decir, querer interpretarlo literalmente porque a conciencia no deseo informarme mejor sobre este, y menos aún se vale manipular a otros por lo que “el libro diga”, quizás esto último es más irresponsable que lo primero.

Apocalipsis, es un hermosísimo libro que nos da una gran catequesis sobre el seguimiento a Cristo Resucitado en medio de las tribulaciones y las dificultades de la vida; en él se encuentra un mensaje de esperanza que alienta la vida del cristiano y le completa al ligar nuestro paso por este mundo con la hermosa experiencia de contemplar a Dios en todo su esplendor; el mensaje sigue vivo en y para la Iglesia de hoy, en y para los cristianos de hoy.

 
Paz y Bien

JAVC.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Apocalíptica (III)

El libro de Daniel

            Es un libro cuya composición final data de los años 167-164 a.C, es decir es un libro reciente en el Antiguo Testamento si se le compara con otros. Sin embargo dentro del libro hay materiales que pueden ser datados de entre los siglos V y IV a.C, basados sobretodo en algunas referencias históricas que hace. Su autor no es uno, a todas luces son varios con gran conocimiento de su religión«… hay que concluir que el libro de Daniel es fruto de diversos autores, individuales o colectivos, de distintas épocas, que tratan de responder a problemáticas diferentes, aunque con un denominador común: el pueblo judío se encuentra políticamente sometido a poderes extranjeros» [1] ; el nombre Daniel pertenece estrictamente a su personaje y no al autor, este nombre es común en el Antiguo Testamento (ej. Cf. Ez 14,14.20; Esd 8,2) y  etimológicamente podría significar “Dios ha juzgado” o “Mi juez es Dios”.

            La estructura del libro claramente responde a diferentes épocas, por ejemplo Dn 1-6 se puede datar hacia el siglo III a.C durante el control de los Ptolomeos del Imperio Griego y cuyos escritores conocían bien la historia del pueblo cuando estuvo exiliado en Babilonia, por otro lado Dn 7-12 pertenece a la época de la insurrección Macabea, allá por los años 167-164 a.C; aunque con respecto a la historia Babilónica y Persa comete errores al citar lugares, tiempos, nombres, entre otros. Si se recuerda en la primera intervención sobre apocalíptica se mencionó que es fundamental para esta, el tema de la Revelación y el contexto histórico. Quedándonos en este último, es fácil apreciar que el libro de Daniel al estar respondiendo a tantos momentos históricos diferentes se convierte en un libro que no es de fácil comprensión, pues deben conocerse todos estos hitos de historia para poder asimilar lo que se está proponiendo, diferente con el Apocalipsis del Nuevo Testamento que responde a un hecho histórico específico, Roma.

            La otra dificultad que conlleva Daniel nos la presenta la traducción a lenguas vernáculas (el español en nuestro caso), pues el libro está escrito en tres lenguas diferentes: hebreo, arameo y griego, no son traducciones, sino que diferentes partes de libro están escritas en esas lenguas. Un idioma no son solo las palabras, es también su significación y contextualización, por ello al traducir a una lengua, es casi inminente se pierda su esencia, con Dn algo parecido ha sucedido desde la versión de los LXX y la Vulgata, el texto indudablemente perdió mucho de lo que realmente quería decir y fue ajustado a un modelo lingüístico específico. Y aunque esto no significa que no tenemos una versión válida, ciertamente no tenemos el libro en su modo correcto y esto se puede prestar para peligrosas interpretaciones, sobre todo de sectarios y deterministas, cuyas tragedias se nutren de una lectura limitadísima del libro de Daniel.

            A Daniel se le ha atribuido el género literario de “apocalíptica” como su identificador, por el manejo de la simbología, la reinterpretación de la historia, el dualismo (bien y mal) y otras características, sin embargo a lo largo del texto se identifican otra serie de géneros que también exigen que el texto no sea sometido a un análisis homogéneo, por ejemplo se puede encontrar rasgos de midrash, relatos, visiones sapienciales, complementos. Otro problema que presenta es su fundamentación en el “Apocalipsis de Henoc” que es un libro apócrifo del Antiguo Testamento. Pero en términos generales se puede decir que «El género apocalíptico del libro de Daniel pretende transmitir la revelación y anunciar lo que va a suceder con motivo de la llegada definitiva de Dios para hacer justicia y para instaurar nuevamente su reino y el final de los tiempos»[2].

            Pues bien, como puede observase no es un libro sencillo. En todo caso como buena apocalíptica, está releyendo un evento que se está dando a la luz de la acción futura y absoluta de Dios que ha de liberar al pueblo de tal tragedia. Tal como ya se dijo la semana anterior, no está adivinando nada, y tampoco profetizando (abierto aún al debate esta última, en todo caso como ya se dijo la profecía no es un adelantarse a los hechos), está contextualizando la historia a la luz de la fe del momento, con la característica particular en Daniel que echa mano de la historia pasada para apoyarse en el mensaje de esperanza que desea hacer llegar al pueblo.

            Quizás el peor error en la lectura, en este y en cualquier libro de género apocalíptico sea la literalización, es decir tomar el texto como viene; ni un solo versículo de un texto apocalíptico puede ser sacado de su género, historia e intencionalidad, pues entonces caeríamos en un serio problema, como en los que muchos nos tienen metidos hoy con sus ortodoxias de lectura.

            Daniel es un libro que da un mensaje específico al pueblo de Israel, mientras que los griegos les imponían el culto a otros dioses, mientras que una guerra interna se desarrolla y el pueblo parece perder la esperanza. Es un libro que recuerda las promesas de Dios y en vista de lo que se da, anuncia que estas se cumplirán pronto, con el fin de levantar la moral de aquel pueblo sometido y herido. Es un libro que nos debe mostrar como aún en medio de las mayores dificultades que puede un “país” enfrentar, hay un algo que va más allá de lo que nosotros podemos comprender que nos puede mantener con halito de vida.

            Quizás un día como hoy, el libro de Daniel nos ayude a reflexionar que si queremos un mejor país, debemos unirnos y luchar por él, desde la justicia, el servicio, la lealtad la fidelidad y por supuesto dando a Dios el sitio que merece, que es un tema que como sociedad parece estarse perdiendo en medio de lo que ahora se ha llamado “libertad”.

Paz y Bien

JAVC

[1] Asurmendi, JESUS, “El libro de Daniel” en “Historia, Narrativa y Apocalíptica”p.486
[2] Vázquez, JAIME, “Trasfondo socio-histórico del libro de Daniel”, p.18

lunes, 9 de septiembre de 2013

Apocalíptica (II)


Ya hemos dicho la semana anterior que la Revelación es el fundamento de la fe cristiana, a ella llegan la Tradición y la Sagrada Escritura las cuales «se unen en un mismo caudal y llegan a un mismo fin» [1]. Por Dios que se ha revelado completamente en Cristo es que podemos ir conociendo y conociéndole. La apocalíptica no se aparta, se ha dicho también, de esa imperiosa necesidad de revelar a Dios, pero nunca puede hacerlo más allá de lo que Cristo mismo ha hecho, por ello nos resulta inconcebible una lectura apocalíptica que supere lo revelado en el Evangelio.

Por otro lado decíamos, está el contexto histórico en el que, el o los autores de los libros apocalípticos están actuando; la apocalíptica es una respuesta “literaria” pero sobre todo de fe a una realidad socio-política muy profunda que tiene implicaciones en la vida de fe o en la fe del pueblo, por ello una lectura apocalíptica no considerando la realidad histórica que rodea el libro es una lateralización atrevida que pondrá al texto a decir lo que no dice.

Apocalíptica y Profecía ¿es lo mismo?

No existe un consenso con respecto a los orígenes de la apocalíptica, lo que ha hecho que en ocasiones se le ligue a la profecía, casi como un género que le da continuidad a este; sin embargo y lo anterior entre ellas no existe una relación [2]. Expliquemos.

Lo primero que hay que decir es que un profeta no es un “adivinador del futuro”, esa idea de que el profeta adivina el futuro es todo menos cristiana, el profeta era un hombre cuyo mensaje implicaba la esperanza, la fuerza de un mundo diferente que podía llegar por la acción de Yahvé, pero nunca un “vaticinio” de lo que iba a pasar. De hecho la misma palabra lo explica, en hebreo nb´(nabi) en forma pasiva significa: el llamado, el convocado, por Dios a un misión; en el caso del griego  pro-phetes (que es donde nos vienen la palaba “profeta” en español) significa: ser portador de la voz de, hablar en voz alta, hablar ante alguien; en griego para hablar de alguien que pre-dice las cosas usan la palabra proagureuo. Por ello un profeta refiere a diferentes funciones «Un nabí manifiesta elementos de éxtasis, mientras otro se presenta como mediador de la palabra; uno predica, otro entona un himno o promulga, uno consulta a Dios, otro es taumaturgo, otro es claramente intercesor entre Dios y el pueblo…» [3]. De nuevo el profeta no es un adivinador, es un elegido de Dios que hace presente a Este en todo momento de la historia, y lee los acontecimientos en clave de esperanza y así lanza su mensaje, en representación de Dios.

De la misma manera debemos decir que la apocalíptica no busca la adivinación sino promover un mensaje de cambio, de esperanza para una o algunas situaciones específicas; la diferencia fundamental habría que marcarla con Asurmendi, en que la apocalíptica se basa en el “determinismo”; ya Dios tiene todo preparado sin importar que hagamos, mientras que la profecía se aleja de este determinismo para dar paso a la acción de Dios en la historia, pero no porque todo este escrito sino porque Dios va actuando a la luz de los hechos, quizás la historia de Jonás sea el mejor ejemplo de esto, el mismo Asurmendi plantea citando a Von Rad «La decisión y la acción de Dios es algo que está siempre pendiente y el profeta está a la expectativa de nuevas decisiones de Dios» [4]. El apocalíptico no, el ya da por sentado lo que va a suceder porque ya todo está “determinado”.

Por esta diferencia entre géneros, es que la apocalíptica debe ser leída con tanto cuidado, para no equivocar el mensaje, el determinismo de este siglo es muy diferente al de aquellos años, sus connotaciones cambian radicalmente, por eso una lectura de la apocalíptica bajo criterios deterministas de hoy, una vez más sería un error.

La riqueza teológica

La Apocalíptica es una libro cuasi-teológico en su totalidad, quizás se exceptúa las connotaciones históricas que puntualmente aparezcan. Esto quiere decir que toda la apocalíptica es una relectura religiosa de los acontecimientos que se dan. La apocalíptica además del determinismo mencionado, se ha de caracterizar por un deseo de dejar clara la trascendencia del hombre creyente, fija su esperanza no solo en un cambio en la tierra cuanto en la presencia de Dios que responde al justo. Por otro lado la apocalíptica se jacta de un dualismo constante que se expresa entre la lucha del “bien y el mal” es su constante y su fin es mostrar el triunfo del primero. Entre muchas otras características rescataríamos finalmente el uso del simbolismo para representar realidades tangibles o intangibles que ayudan a dar sentido a la redacción.

Ya no nos da espacio para más, la otra semana hablaremos del libro de Daniel. Por ello quisiera motivar a que si, se desea leer un libro apocalíptico, se haga con libertad de espíritu pero en la recta conciencia de la fe; para ello es importante ayudarse con quien se pueda y sepa y así asegurar una lectura correcta. No es difícil, pero si es prudente ayudarse.

De este mes de la Biblia, un par de semanas para aportar algunas ideas breves sobre la Apocalíptica, y sacar de las sábanas, un tema que en ocasiones pareciera tenemos muy dormido, con la inmediata perdida de toda su riqueza.

Paz y Bien

JAVC.

[1] Concilio Vaticano II, Constitución Dei Verbum, No.9.

[2] Algunos como Gerald Von Rad, dudan radicalmente de esta relación “Profecía - Apocalíptica”. Véase del autor “Sabiduría en Israel”, ed. Herder. Madrid. 1985.

[3]De LACY, Abrego, “Los libros proféticos”, ed. Verbo Divino. Navarra. 1999.p.27.

[4] ASURMENDI, J.M, “La apocalíptica”, en Historia, Narrativa y Apocalíptica. Ed. Verbo Divino. Navarra, 2000. p.530.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Apocaliptica ( I )

 A partir de las experiencias que este año me ha dejado compartiendo con varios grupos el tema de “La Apocalíptica” y sobre todo el espacio de cuatro meses hablando y estudiando el “Apocalipsis del Nuevo Testamento” con un grupo en específico, he considerado en este mes de la Biblia, retomar en cuatro reflexiones algunas ideas importantes, que ayuden sobre todo a quitar esa “capa de grasa” a la que el paso de los tiempos y la acción de agentes externos han sometido a la apocalíptica.

Cuando se habla de apocalíptica no se está haciendo mención a un libro en específico, sino al “género literario” [1], por ello quisiera dedicarme en las primeras dos reflexiones a este tema, dejando las dos últimas para referirme a los textos apocalípticos canónicos: Daniel en el Antiguo Testamento y el Apocalipsis del Nuevo Testamento.

Lo primero que la apocalíptica hace suponer a la mayoría de las personas, es lo que las sectas fundamentalistas declaran, o bien lo que las productoras cinematográficas, sedientas de ganancias, nos venden a partir de las grandes tragedias humanas que significan el fin del mundo; lo irónico es que apocalíptica y fin del mundo no tienen relación, pero bueno esto lo veremos más adelante.

El fundamento de la fe es la Revelación [2],  es decir Dios que ha en su bondad querido revelarse al hombre para hacer a este partícipe de su Reino y por tanto de la salvación, Benedicto XVI nos lo recordaba con estas palabras «La novedad de la Revelación bíblica consiste en que Dios se da a conocer en el diálogo que desea tener con nosotros» [3]; la Revelación es la forma en como Dios se hace cognoscible para nosotros, y tiene su máxima expresión en el mensaje y la persona de Cristo, quien es la Revelación máxima «… no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Nuestro Señor Jesucristo» [4], si esta es norma de fe, puede entonces decirse sin ningún temor que solo es necesario y absoluto para nuestra salvación aquello que en y por Cristo, su vida y palabras haya sido revelado y que tanto la Tradición como la Escritura hayan guardado en el depósito de la fe, de forma tal que cualquier libro o persona que pretenda decir algo más allá de lo recibido de Cristo, simplemente está fuera del marco de la fe y no podría ser regente de esta.

Solo lo anterior ya nos plantearía un dilema, ejemplo: Si las palabras de Jesús en Matero fueron “Pero del día y la hora, nadie sabe, ni los ángeles del cielo, sino sólo mi Padre” (24,36) y en referencia cruzada, Jesús, nos dice Marcos se refiere de la siguiente forma “Pero de aquel día o de aquella hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (13,32) ¿Cómo será posible que un hombre o libro pudiese conocer la forma y los tiempos para la hora?, en algunos podría encontrarse respuesta en que eran hombres inspirados, lo que sucede es que esta opción es una “inspiración muy divinizada” que se aleja del sano concepto bíblico de “inspiración”.

Retomando el tema, la apocalíptica bíblica no puede estar fuera de los márgenes de la Revelación, así como no lo puede estar ningún otro género; la diferencia estará sujeta al “como de la revelación”, es decir la forma en que cada género decide a partir de sus características particulares transmitir el mensaje de salvación.

En el caso de la Apocalíptica han de saberse distinguir tres elementos formales y de contenido que le configuran como género literario [5]:

Å      El cómo de la revelación: Por lo general se hará a través de forma visual, por visiones o epifanías (manifestaciones) en las que se plantea el mensaje revelado, que como ya se mencionó anteriormente, no puede ser novedad alguna, pues la Revelación Total ya se dio en Cristo, y en esto insisto categóricamente, pues de lo contrario la apocalíptica seguirá siendo el “patito” de asustar a los cristianos y otros. El elemento auditivo que por lo general sirve para aclarar lo que se ve; otros como son los movimientos “en el espacio”: al cielo, a la montaña, etc. Y el uso de recursos de comunicación como libros.

 
Å      El quien de la Revelación: En la apocalíptica siempre será un mediador sobrenatural que comunica, en algunos textos cristianos, Cristo mismo. El hombre juega un papel pasivo, es el receptor del mensaje.

 
Å      El destinatario de la revelación: Habrá que pensar en el destinatario inmediato, que sería quien recibe la revelación, que por lo general será un personaje importante o reconocido del pasado que pueda darle autoridad al texto (ej. Juan). El destinatario post inmediato, por lo general una comunidad específica (ej. Israel en el AT) o un grupo de ellas a quienes una o varias características especiales (ej. 7 Iglesias de Asia en el NT).

Después de la Revelación, el otro elemento fundamental es “El contexto histórico” al que está respondiendo la apocalíptica; en todo momento la apocalíptica estará haciendo una interpretación de una situación actual (para ellos en su momento) leída a los ojos de la fe y la revelación. Esta situación histórica dicen Schokel y Mateos «…se entiende como lucha y sucesión de imperios o reinos; los soberanos monopolizan prácticamente los papeles de protagonistas. Se exceptúa la comunidad de los elegidos, protagonista pasivo hasta que llegue el desenlace» [6]. La historia de Israel y de los primeros cristianos está sujeta a diferentes imperios y su dominación, la apocalíptica responde a esa realidad de opresión enviando un mensaje esperanza, comprende la existencia del bien y el mal y proclama el triunfo del primero sobre el segundo, pero siempre ante la situación histórica que se está viviendo, por ello «… la apocalíptica es una literatura de combate y oposición» [7]. Esa proclamación del Bien sobre el Mal (que por ejemplo en el Nuevo Testamento no es más que el triunfo de Cristo ante la muerte y nuestra atenta espera de su segunda Manifestación), es donde tanta tragedia ha querido forzosamente leerse.

Revelación y contexto histórico son fundamentales para una correcta comprensión de la apocalíptica, la ausencia de criterio en cualquiera de estas dos, hará indudablemente una lectura errada del mensaje que se pretende transmitir.

Por ahora hasta acá, dejamos para la próxima semana: Profecía y Apocalíptica en la historia y cuestiones de la teología de la apocalíptica.

Y en este mes de la Biblia, acerquémonos con mayor intensidad a ella y sepamos dejarnos seducir por la palabra amorosa de Dios.

Paz y Bien

JAVC

[1] Para algunos autores como von Rad, aún no está clara las características que podrían colocar a  la “Apocalíptica” como género literario; sin embargo la mayoría de los exégetas se inclinan a dar esta categorización.
[2] Constitución Dogmática Dei Verbum, No.2

[3] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica “Verbum Domini”, No.6
[4] Constitución Dogmática Dei Verbum, No.4

[5] Para mayor profundidad puede verse la propuesta de Asurmendi, JESUS “La Apocalíptica”, en Historia, Narrativa y Apocalíptica, ed. Verbo Divino, 2000. De este autor se toma los elementos y su idea general.
[6] Schokel, L. ALONSO y Mateos, J. “Primera lectura de la Biblia”, p.209-210. Ed.Cristiandad. 1977

[7] Asurmendi, J. op.cit. p.526